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Traducido por Pepe Latorre
A principios de esta temporada tuve la oportunidad de hablar sobre las rúbricas y su relevancia en mi trabajo diario. Ya es verano. Se acabaron las clases, así que no voy a pensar en ellas hasta dentro de 9 o 10 semanas. No podrían obligarme ni aunque lo intentaran. Pero otro aspecto de cómo mi trabajo diario se traslada a mi forma de pensar sobre el béisbol. Es algo con lo que trabajo en el día a día, en cada instrucción, en cada correo electrónico y cada ajuste entre clases: la dicción.
La dicción utilizada para expresarse es solo una elección de palabras, pero es muy importante. Es la diferencia entre decir que algo te gustó o te encantó; que te conmovió hasta las lágrimas o que no puedes creer que puedas compartir la tierra al mismo tiempo que eres artista. Refuerza tu intención deliberadamente o la revela sin querer. Entiendo que no todos piensan igual. A algunas personas les preocupa más el alcance que la dirección que pueda tomar su discurso, incluso si la poca previsión, les pone en cierto riesgo.
Rob Manfred habló recientemente, lo que significa que una vez más hizo de portavoz de los 30 dueños de franquicias de la MLB. Habló en un evento para inversionistas hace un par de semanas. Sports Business Journal destacó las conclusiones de un evento que se centró en cómo aumentar la valoración de las franquicias. Marc Normandin amplió algunas de las declaraciones de un Manfred que parece percibir ciertas desavenencias entre el sindicato y los peloteros y de cómo esto podría crear una oportunidad para favorecer los objetivos de los propietarios. Evan Drellic, de The Athletic, nos dió ayer algo más de contexto.
En última instancia, el comisionado quiere seguir el ejemplo de Scott Boras y no tener que rendir cuentas con el órgano representativo habitual de las negociaciones (en este caso, la dirección del sindicato en lugar del gerente general) para hablar con los jugadores. Dice que llevan décadas desperdiciando dinero, especialmente peloteros jóvenes y veteranos que no son estrellas. Tienen más riqueza a su alcance si se dan cuenta del valor de lo que propondrán los dueños en esta ronda de negociaciones.
Su mensaje, sin embargo, presenta problemas. Empezó diciendo que “la estrategia es llegar directamente a los jugadores”. Una estrategia es algo que se idea cuando hay un enemigo que derrotar o un objetivo que alcanzar. Crea bandos, y los bandos inherentemente crean ganadores y perdedores. Si su estrategia es “llegar” a los peloteros, está subrayando que se les opone. Lo que trae consigo para poner sobre la mesa ya está en su contra, por supuesto.
Drellich destacó que Manfred empieza su lógica con una pregunta retórica lanzada hacía los peloteros: “¿Qué beneficios aporta el sistema actual a los jugadores?”. Iniciar una conversación con una pregunta retórica es una estrategia zalamera. Es el recurso persuasivo de alguien sin curiosidad o del vendedor al que preferirías que te dejara en paz. Implica algo sin hacer nada. Esta pregunta, en particular, también elimina la responsabilidad de la conversación, absolviéndolos de cualquier responsabilidad por el sistema actual, en el que los jugadores están sujetos a un mínimo de seis años de control del equipo antes de tener la oportunidad de elegir por sí mismos a su empleador. Durante tres de esos años cobran el mínimo (por no hablar de lo mucho que lucharon sus predecesores para reducir esa cifra a seis una vez que se creó la cláusula de reserva). No se plantea si los jugadores aceptarían un sistema en el que llegasen antes a la agencia libre, ganasen más al principio de sus carreras o tuviesen que pasar por unos arbitraje menos conflictivos en los que a menudo son vulnerables.
Continúa lamentando el actual proceso de agencia libre y su larga duración, afirmando que es como “la marcha de la muerte de Bataán”, una serie de crímenes de guerra, indignidades y muertes innecesarias en las que un pueblo subyugado sufrió de forma desproporcionada durante una auténtica guerra mundial. Es una comparación profundamente inapropiada y, además, una táctica extraña. Presentar la agencia libre como una “marcha de la muerte” tras pasar más de seis años con salarios inferiores a los que podrían haber recibido es otra estratagema retórica tan frívola como dramática.
Manfred también calificó la agencia libre como “una gran oportunidad de marketing para el deporte”, comparándola con las fechas límite artificiales que existen en la agencia libre de otras ligas. Esto también es una estrategia: quitarle a los dueños su responsabilidad de convertir la agencia libre en un evento largo y agotador que dura meses y en los que los equipos deben recuperar la influencia sobre los peloteros. Un total de 151 jugadores llegaron a la agencia libre después de la temporada 2024. Casi el 50% de ellos no firmaron hasta después del nuevo año. Seguramente todos hubieran preferido tener un contrato antes de las Navidades. Sin embargo, no tienen la responsabilidad de hacer el trabajo para ninguna de las partes ni de firmar contratos lo antes posible para así aprovechar “una gran oportunidad de marketing” que no les reporta ningún beneficio adicional.
A pesar de toda la insistencia de Manfred sobre cómo los dueños han ofrecido los mejores acuerdos en el pasado solo para ser rechazados, y seguirán haciéndolo en el futuro porque son la voz de la razón, también detalló cómo la liga ha “tenido un proceso deliberadamente misterioso al que nos hemos referido como el comité de reforma económica”. Este lenguaje está diseñado para suavizar un discurso nefasto después de sembrar la semilla de la transparencia y seriedad de la Liga. Es grosero. Si una parte fundamental de su estrategia explícita para el próximo convenio colectivo se centra en hablar directamente con los peloteros sobre cómo priorizan la prosperidad económica de los jugadores por encima del sindicato, entonces no hay contexto en el que un comité secreto sea apropiado, y mucho menos necesario.
Su razón para describir al comité de esta manera fue igualmente inmadura, diciendo que “no todo el mundo necesita saber exactamente lo que haces todo el tiempo”. Uno podría imaginar este tipo de secretismo al tratarse de secretos comerciales, pero la MLB literalmente tiene un monopolio gubernamental sobre su producto; no hay razón para ocultarlo. Dado todo lo que ha dicho hasta ahora, es difícil de vender. Todo su discurso se basa en la incapacidad de los jugadores para hacerse una simple pregunta: “¿Por qué Rob Manfred me cuenta estas cosas?”.
Quizás Manfred no sea quien finalmente transmita el mensaje. Sin embargo, los jugadores tendrían que estar dispuestos a cuestionar a cualquiera fuera de su colectivo que diga representar sus intereses. Esto no es nuevo, aunque el mensaje actual sea ligeramente diferente al del pasado. No será la última vez que Manfred se exprese así a medida que nos acercamos al próximo convenio colectivo y a su propio retiro. Seguirá siendo crucial señalar los entresijos de su retórica.
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